Vivo a un par de cuadras del supermercado y me gusta ir caminando bajo los árboles grandes que hay en ese sector. Un día, mientras volvía a mi casa con dos cajas de leche, una malla de limones y medio kilo de tomates, me pregunté cómo podría hacer más cómoda esa caminata.
Casualmente, hace tiempo había pensado cómo incorporar pequeñas acciones que, a la larga generan grandes cambios en favor del medio ambiente. Uso los puntos de reciclaje de mi comuna, cambié mis ampolletas incandescentes por las de ahorro de energía, camino los trayectos más cercanos y ahora era el turno de reducir mi consumo de las clásicas bolsas plásticas.
Esta inquietud surgió luego de leer algunos artículos con números sorprendentes: en Chile usamos 250 millones de bolsas al mes (cifra entregada por la Conama) y las usamos sólo 20 minutos. Así que rápidamente decidí ir en busca de mi nueva bolsa. Hay muchas alternativas para elegir en colores, tamaños y diseños, pero finalmente compré una grande, con un fondo duro que me costó, para sorpresa mía, menos de 600 pesos. Este tipo de bolsa debería ser capaz de sostener un promedio de 20 kilos y si la manipulamos correctamente puede durar más de un año, usándola dos veces por semana aproximadamente.
La usé de inmediato. Y la volví a usar un par de días después, la volví a usar a la semana siguiente y la seguiré usando porque claro, es reutilizable, pero también porque es la alternativa más cómoda y sustentable para transportar mis compras, un generoso aporte para mi plan: Vivir mejor.
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